Reflexión Pascual


DEL SINAÍ AL CALVARIO

¡Aleluya!

El Sinaí y el Calvario son dos montes "teológicos". La geografía teológica ha recibido carta de ciudadanía en la espiritualidad cristiana desde hace muchos años. Se la han dado los expertos en Biblia, los teólogos y los místicos.

Nosotros, en nuestra reflexión pascual, nos entretenemos con gusto en explicitar el contenido de la experiencia de Dios que tiene el pueblo en el Sinaí y la comparamos, la asimilamos y la contrastamos con la que tiene Cristo en el Calvario. La escenificamos, en las procesiones, tras los Cristos sangrantes y doloridos que los cofrades pasean por nuestras calles para nuestra devoción. Lo importante es el trueque del temor por el amor.

El temor del Señor es el origen del saber, pero la confianza en Jesús crucificado-resucitado, luz de la vida, es la meta de la Sabiduría. En la cumbre del rocoso Sinaí relampagueaba entre la negra nube la voz del Padre: "¡Soy el que soy!", tronando al pueblo al darle las Tablas de la Ley.

Sin embargo, en la cumbre del Calvario, -mansa y humilde colina de dolor y sangre- Jesús, el sol, desnudo, sin nubes, y en silencio dijo: "¡Yo soy la vid, vosotros los sarmientos!" . Es la exaltación del amor. ¡Del Sinaí al Calvario! ¡Del temor al amor! ¡Del pecado a la gracia! ¡De la muerte a la vida!

Continuamos nuestra reflexión pascual con los ojos puestos en Jesús que apacienta la muerte y abreva la paz a la humanidad, como un río de leche que entra en los abismos de nuestra alma: depongamos el temor a nuestro Padre y hagámonos moradores del Calvario, que es la sonrisa del cielo y el nido a donde va a volar nuestra esperanza mientras cantamos:

¡ALELUYA!

Cuando yo lloro mis penas
y Te canto el ¡aleluya!
siento que piden mis venas
que tu Gracia me construya.


En la gleba de mi alma
ya no hay luto sino canto,
porque el ¡aleluya! calma
toda lágrima de llanto.



Cuando Tú me abres la boca,
y Te canto el ¡aleluya!
es tu Amor quien me provoca
la Palabra siempre tuya.


Cuando yo cojo la pluma
y ella escribe tu Palabra
el dolor ya no me abruma, y en mi corazón La labra. 
 
P. Félix Ramos, C.P.